Si algo sabía de él es que es como un libro; deja que pase
sus páginas sin miedo a que se rompan, deja que aprenda cosas de él, pero a la
misma vez esconde mucho en sus párrafos y el problema es que yo no sé leer
entre líneas. No sé cuándo bromea ni cuando habla en serio, tampoco sé si da
indirectas o simplemente a mí me lo parecen. No, no sé leer entre líneas,
tampoco sé leer los labios ni montar en bicicleta. También soy un desastre y no
sólo como estudiante, nunca me doy
cuenta de las cosas, pero no es por despiste, es por vivir en mi mundo. Hace
mucho tiempo que huí del mundo terrenal. Quizás sea el momento de crecer y
dejarme de tonterías, abrir los ojos y ver lo que es verdaderamente la vida,
aunque ¿qué es? Todo ha sido monótono hasta ahora, me hago mayor y todo sigue
siendo del mismo gris que antes, no hay ningún matiz nuevo, ni más claro ni más
oscuro. ¿Por qué le doy tantas vueltas? A primera tengo biología y ya me estoy
comiendo la cabeza.
En Atocha puedes ver a muchas personas, de diferentes
países, edades, de distinto sexo, de distinto físico… Todas van a su rollo,
ninguno se preocupa por la vida del otro. Algunos corren porque pierden el
tren, otros caminan pacíficamente y el resto está sentado esperando la llegada
de su tren. Entre esos últimos me incluía yo, entre los que esperan. La
reproducción automática del iPod me comenzaba a marear así que decidí poner
manualmente las canciones… “Patience”,
aquella canción me encantaba. El tren llegó. Las puertas se abrieron y
miles de personas bajaron hasta dejarlo casi vacío. Subí y me senté al lado del
gran ventanal, abrí mi ejemplar de “El retrato de Dorian Gray” y comencé a leer
desde la última línea que recordaba.
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