jueves, 1 de noviembre de 2012

Dicen que cuando abusas de algo se gasta.


Siempre buscó el cariño de los demás, la aprobación de sus decisiones, un cuerpo que le diera ese calor que siempre le faltó en su casa. Sus padres nunca fueron afectivos con él, directamente no tuvo una familia en su infancia y su adolescencia fue la menos deseada por cualquier persona: alcohol, tabaco y mentiras. Se evadía de sus problemas en la música, en aquel conjunto musical. Lo tenía todo: dinero, buenas notas, amigos… pero le faltaba algo. Las personas vienen y van, ¿no? Pues en su caso se iban las más importantes y se quedaban los superficiales. Dicen que cuando abusas de algo se gasta y en este caso fue su credibilidad la que se gastó, mentira tras mentira fue oscureciendo su vida a brochazos, borrando a sus seres queridos y sustituyéndolos por la primera persona que le dijera de ir a cogerse la cogorza del siglo. Como una veleta, así era él, cambiante. Si un día deseaba la vainilla al día siguiente la odiaba y ansiaba la canela, dependiendo del viento giraba en más de una dirección, siempre y cuando la corriente fuera de su agrado.  Vodka y cigarrillos de chocolate—quizás ellos fueran sus mejores amigos—, el tabaco de fresa quemado en una shisha a medio terminar –que era su única compañía por las noches— y la sonrisa de su ídolo eran  sus  únicos sustentos. ¿Qué fue de todas aquellas sonrisas, todas esas anécdotas, todos esos secretos confesados?  ¿Así, tan rápido se ha ido todo? Un reloj de arena contaba nuestros días y unas tijeras amenazaban con cortar todo lazo de unión entre los tres. 

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