Siempre buscó el cariño de los demás, la aprobación de sus
decisiones, un cuerpo que le diera ese calor que siempre le faltó en su casa.
Sus padres nunca fueron afectivos con él, directamente no tuvo una familia en
su infancia y su adolescencia fue la menos deseada por cualquier persona:
alcohol, tabaco y mentiras. Se evadía de sus problemas en la música, en aquel
conjunto musical. Lo tenía todo: dinero, buenas notas, amigos… pero le faltaba
algo. Las personas vienen y van, ¿no? Pues en su caso se iban las más
importantes y se quedaban los superficiales. Dicen que cuando abusas de algo se
gasta y en este caso fue su credibilidad la que se gastó, mentira tras mentira
fue oscureciendo su vida a brochazos, borrando a sus seres queridos y
sustituyéndolos por la primera persona que le dijera de ir a cogerse la cogorza
del siglo. Como una veleta, así era él, cambiante. Si un día deseaba la
vainilla al día siguiente la odiaba y ansiaba la canela, dependiendo del viento
giraba en más de una dirección, siempre y cuando la corriente fuera de su
agrado. Vodka y cigarrillos de
chocolate—quizás ellos fueran sus mejores amigos—, el tabaco de fresa quemado
en una shisha a medio terminar –que era su única compañía por las noches— y la
sonrisa de su ídolo eran sus únicos sustentos. ¿Qué fue de todas aquellas
sonrisas, todas esas anécdotas, todos esos secretos confesados? ¿Así, tan rápido se ha ido todo? Un reloj de arena contaba
nuestros días y unas tijeras amenazaban con cortar todo lazo de unión entre los
tres.
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