(..) me miró con sus
característicos ojos de chico inmaduro, con lágrimas a punto de desbordarse de
sus ojos. Le odiaba por hacerme sentir aquello, cada vez que le veía, siempre
caía en la tentación; él era mi pecado. Cogí su barbilla y le miré
profundamente, me perdía en sus oscuros ojos sin saber lo que sentía. Me
incliné hasta posar mis labios sobre los suyos. El cálido tacto de su piel me
estremecía entero y la adrenalina se apoderaba de cada centímetro de mi ser.
Le besé de forma suave y lenta, un beso intenso y
reconfortante. Me separé unos centímetros de su rostro.
-Te necesito… Como un corazón necesita un latido por débil
que sea.-Susurró.
Deslicé mi mano por su rostro, deseando cada gesto suyo,
cada sonrisa, cada mirada.
Era tarde para arrepentirse.
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