miércoles, 14 de noviembre de 2012

Hola moza, ¿te apetezco? Tengo tierras y ganado.



De pequeñas todas queremos ser princesas, llevar vestidos bonitos y tener por marido a un apuesto príncipe de metro ochenta, rubio y de ojos azules. No ha cambiado tanto, te estás haciendo mayor y aún deseas ser una princesa, ya que quieres que te traten bien, sigues queriendo llevar vestidos bonitos y sigues deseando un chico alto y guapo como novio. Cuando entras en la adolescencia te das cuenta de  lo de ser princesa no es tan fácil y lo que en la calle se entiende por princesa no es lo que tu entendías de pequeña. “Don Enrique es abogado y su mujer una princesa” de pequeña te podrías imaginar a un hombre trajeado con maletín y a su hermosa esposa con una tiara de diamantes en la cabeza, ahora piensas que Don Enrique es un pobre desgraciado, bajito y con alopecia que está casado con una mujer con muchos diamantes y que tiene la piel más dura que la antagonista de Catwoman de la película de Halle Berry (si recordáis bien, tenía la piel dura por las cremas). ¿Sigues queriendo ser una princesa? Entrando en términos de realeza tampoco te gustaría ser una, ¿llevas toda tu vida mascando el chicle con la boca abierta y vas a respetar el protocolo? No puedo decir nada de los vestidos bonitos porque eso ya entra en los gustos de cada una, a ti te puede parecer bonito un vestido de Balmain y a la otra uno del Freshca a.k.a Bershka. Pasemos al prototipo de príncipe azul, aunque nunca he entendido eso de “azul”, de hecho conozco la expresión por la canción de La Bella Durmiente “Eres tú el príncipe azul que yo soñé” si mi memoria no me falla, decía eso. Prescindamos de la extravagancia del príncipe azul y vayamos directos al grano: No existe tal hombre en la faz de la Tierra. El príncipe azul de Aurora no fue tan caballeresco en la vida real como en el cuento de Disney, no os destripo la historia por si os interesa buscarla en Google. Por no mencionar que el metro ochenta de tío bueno, rubio y de ojos azules sólo lo vas a encontrar en el extranjero, cariño, esto es España. Como en cualquier lugar hay gente fea, normal (o del montón), guapa y modelos. Sí, modelos es otra categoría, porque yo no veo gente con esos rasgos por la calle, ¿dónde os escondéis?...
Yo me incluyo en ese montón de niñas que deseaban un príncipe como el de Aurora o el de Blancanieves, pero a medida que creces tus gustos van cambiando… hasta que dejas de darle importancia a todo. Muchas veces me han preguntado por mi “prototipo de hombre”, ¿pero qué voy a decir? Guapo, inteligente, con trabajo, con estudios, amable, divertido y todos los adjetivos buenos que le puedas echar… Eso solo existe en la IMAGINACIÓN o en los libros. Hasta hace poco tenía un “prototipo” pero hubo un día en el que todo dejó de importarme. +¿Qué tipo de té prefieres?, verde, negro, blanco, rojo… Me da igual. à Esa expresión se ha convertido en una especie de comodín “me da igual”. Antes, cuando me preguntaban por mi tipo de hombre, podía decir muchas cosas, ahora es simplemente “que no sea ni más flaco ni más bajo que yo”, ya que en eso es en lo primero que me fijo, luego hay otros factores, como el rostro; si me parece guapo o no, seguido de unas cuantas cosillas que querría saber sobre él: si fuma, qué aspiraciones tiene, qué ha estudiado... lo típico. Cierto es que siempre me he sentido más a gusto con lo que tienden a ser un poco  tímidos, pero ese es otro tema. El caso, cuando pasas la infancia y llegas a ser un adulto te das cuenta de que ese jardín de inocencia que Disney había creado para ti es una basura, mentiras disfrazadas con vestiditos pomposos y voces angelicales. Recuerdo que hace un año en clase de Lengua y Literatura estábamos hablando sobre los cuentos de la Edad Media y surgió el tema de Disney. Recuerdo, como si fuera ayer, cuando mi ex profesora de Lengua nos contó las verdaderas historias de los magníficos, pastelosos y perfectos cuentos de Disney. Es cuando pasas la ESO, cuando en Historia has estudiado cuál era la situación de la mujer en la Edad Media y sabes las verdaderas vidas que tuvieron esas princesas que cuando te leían los cuentos de pequeña comían perdices al final del cuento, es ahí cuando te planteas de nuevo el deseo de querer ser una princesa. ¿Y si tu padre, el rey, te hubiera casado con un desgraciado como lo eran los infantes de Carrión, que abandonaron a sus esposas, las desnudaron, les dieron una paliza y las dejaron atadas en un árbol en pleno invierno? ¿De verdad quieres seguir siendo una princesa? 

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