De pequeñas todas queremos ser princesas, llevar vestidos
bonitos y tener por marido a un apuesto príncipe de metro ochenta, rubio y de
ojos azules. No ha cambiado tanto, te estás haciendo mayor y aún deseas ser una
princesa, ya que quieres que te traten bien, sigues queriendo llevar vestidos
bonitos y sigues deseando un chico alto y guapo como novio. Cuando entras en la
adolescencia te das cuenta de lo de ser
princesa no es tan fácil y lo que en la calle se entiende por princesa no es lo
que tu entendías de pequeña. “Don Enrique es abogado y su mujer una princesa”
de pequeña te podrías imaginar a un hombre trajeado con maletín y a su hermosa
esposa con una tiara de diamantes en la cabeza, ahora piensas que Don Enrique
es un pobre desgraciado, bajito y con alopecia que está casado con una mujer con
muchos diamantes y que tiene la piel más dura que la antagonista de Catwoman de
la película de Halle Berry (si recordáis bien, tenía la piel dura por las
cremas). ¿Sigues queriendo ser una princesa? Entrando en términos de realeza
tampoco te gustaría ser una, ¿llevas toda tu vida mascando el chicle con la
boca abierta y vas a respetar el protocolo? No puedo decir nada de los vestidos
bonitos porque eso ya entra en los gustos de cada una, a ti te puede parecer
bonito un vestido de Balmain y a la otra uno del Freshca a.k.a Bershka. Pasemos
al prototipo de príncipe azul, aunque nunca he entendido eso de “azul”, de
hecho conozco la expresión por la canción de La Bella Durmiente “Eres tú el
príncipe azul que yo soñé” si mi memoria no me falla, decía eso. Prescindamos
de la extravagancia del príncipe azul y vayamos directos al grano: No existe
tal hombre en la faz de la Tierra. El príncipe azul de Aurora no fue tan
caballeresco en la vida real como en el cuento de Disney, no os destripo la
historia por si os interesa buscarla en Google. Por no mencionar que el metro
ochenta de tío bueno, rubio y de ojos azules sólo lo vas a encontrar en el
extranjero, cariño, esto es España. Como en cualquier lugar hay gente fea,
normal (o del montón), guapa y modelos. Sí, modelos es otra categoría, porque
yo no veo gente con esos rasgos por la calle, ¿dónde os escondéis?...
Yo me incluyo en ese montón de niñas que deseaban un
príncipe como el de Aurora o el de Blancanieves, pero a medida que creces tus
gustos van cambiando… hasta que dejas de darle importancia a todo. Muchas veces
me han preguntado por mi “prototipo de hombre”, ¿pero qué voy a decir? Guapo,
inteligente, con trabajo, con estudios, amable, divertido y todos los adjetivos
buenos que le puedas echar… Eso solo existe en la IMAGINACIÓN o en los libros.
Hasta hace poco tenía un “prototipo” pero hubo un día en el que todo dejó de
importarme. +¿Qué tipo de té prefieres?,
verde, negro, blanco, rojo… —Me da
igual. à
Esa expresión se ha convertido en una especie de comodín “me da igual”. Antes, cuando me preguntaban por mi tipo de hombre,
podía decir muchas cosas, ahora es simplemente “que no sea ni más flaco ni más
bajo que yo”, ya que en eso es en lo primero que me fijo, luego hay otros
factores, como el rostro; si me parece guapo o no, seguido de unas cuantas
cosillas que querría saber sobre él: si fuma, qué aspiraciones tiene, qué ha
estudiado... lo típico. Cierto es que siempre me he sentido más a gusto con lo
que tienden a ser un poco tímidos, pero
ese es otro tema. El caso, cuando pasas la infancia y llegas a ser un adulto te
das cuenta de que ese jardín de inocencia que Disney había creado para ti es
una basura, mentiras disfrazadas con vestiditos pomposos y voces angelicales.
Recuerdo que hace un año en clase de Lengua y Literatura estábamos hablando
sobre los cuentos de la Edad Media y surgió el tema de Disney. Recuerdo, como
si fuera ayer, cuando mi ex profesora de Lengua nos contó las verdaderas
historias de los magníficos, pastelosos y perfectos cuentos de Disney. Es cuando
pasas la ESO, cuando en Historia has estudiado cuál era la situación de la
mujer en la Edad Media y sabes las verdaderas vidas que tuvieron esas princesas
que cuando te leían los cuentos de pequeña comían perdices al final del cuento,
es ahí cuando te planteas de nuevo el deseo de querer ser una princesa. ¿Y si
tu padre, el rey, te hubiera casado con un desgraciado como lo eran los
infantes de Carrión, que abandonaron a sus esposas, las desnudaron, les dieron
una paliza y las dejaron atadas en un árbol en pleno invierno? ¿De verdad
quieres seguir siendo una princesa?
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