jueves, 1 de noviembre de 2012

Haruki Murakami; De qué hablo cuando hablo de correr.



Recuerdo en particular a dos jóvenes corredores que se llamaban Tomoyuki Taniguchi y Yutaka Kanai. Ambos estaban en la segunda mitad de la veintena. Creo que provenían del Club de Atletismo de Waseda y que, en su época universitaria, participaron en el maratón de relevos de Hakone. (…) Pero, en Hokkaido, durante una concentración de verano, tuvieron un accidente de tráfico en uno de los desplazamientos y los dos fallecieron en él.
(…) También ahora, cuando corro por las mañanas por el circuito de alrededor del Palacio Imperial de Akasaka o por Jingu Gaien, me acuerdo a veces de ellos. Hay momentos en los que hasta tengo la impresión de que voy a encontrármelos corriendo de frente a mi, en silencio, exhalando vaho blanco por la boca. Y siempre pienso lo siguiente: los sentimientos de ambos, que soportaron tan duros entrenamientos, sus proyectos, sus sueños, los deseos y esperanzas que albergaban y que ahora se han esfumado… ¿a dónde han ido? ¿Acaso nuestros sentimientos desaparecen y se pierden así, sin más, de un modo tan frustrante, cuando muere nuestro cuerpo?

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